Jose Manuel, Alejandro y Jesús conversan en un bar |
Alejandro, comienza a los catorce años, la bebida era un tonteo, no le daba dificultad. No necesitaba beber diariamente, pero cada vez que bebía, tenía problemas, malestar y sufrimiento. Notó que no bebía como el resto de la gente. No podía parar.
“Bebía hasta perder el conocimiento”
Durante veinte años su propósito era dejarlo. ¿Por qué el alcohol me controla? Se preguntaba. Cuando llegaba a casa, escuchaba cómo su madre le decía: “Qué vergonzoso es verte- a un tío tan grande como un castillo hecho una piltrafa- cuando vuelves borracho”.
Recuerdo amanecer dormido en el suelo del baño, abrazado a la taza del váter, porque estuve vomitando. Estaba casado, y era aparentemente feliz. Sucedían episodios de vergüenza y enfado con mi esposa, pero ella asumió que aquello era casi normal.
“Esta enfermedad es progresiva”
Vas bebiendo cada día más. Ocasionaba prejuicios, y para minimizarlos, me quedaba en casa. Pido ayuda cuando me veo derrotado y solo. Hasta que toco fondo. En una celebración familiar, mi madre guarda mi coche en casa, y le hace un roce. Yo la insulté, la chillé, mi padre quiso frenarme, y me llamaba borracho. Empecé a pegarle, lo tiré al suelo, mi madre me agarraba, y a ella también la golpeé. Eso me contó, yo no recuerdo nada.
“Yo estaba matando a mis padres”
Llamé a un teléfono que encontré en Internet, quería ayuda. Me citaron, y en esa primera reunión, oigo a personas que contaban la misma historia que yo iba a contar. Era mi lugar, llegué donde necesitaba llegar.
“Necesitaba que me entendieran, quería dejar de sufrir”
Aprendí a ser un poco feliz, a no ver problemas donde no los hay, a dejar de beber.
Sigue casado con Concha después de veinte años, tienen una hija pequeña, es empresario y sus padres lo adoran. Dejó atrás treinta kilos que le sobraban, el tabaquismo y el alcohol.
“Nos salva el pellejo, ayudar a otros. Eso refuerza mi sobriedad”
Jesús, quiere ayudar con su testimonio, a quien lo quiera leer.
Empieza a beber con cinco años, antes estaba permitido socialmente. Su padre iba al bar y lo llevaba con él, pedía cerveza y le ponía un vaso pequeño, un catavino con el mismo líquido, granos germinados de cebada fermentados en agua, eso es la cerveza.
“Mi problema fue la inmadurez”
Necesitaba continuamente jugar – sexo, ludopatía, alcohol- y recibir premios. Tenía dificultad para relacionarme con los demás y el alcohol me permitía desinhibirme.
Comienzo a pedir préstamos para seguir jugando y bebiendo, uno tras otro, sin parar, hasta que las deudas me abruman. No podía dormir por las noches, y seguí bebiendo para olvidar. Mis problemas se fueron multiplicando. Decido suicidarme. Preparo el día. Era algo entre mi coche, el barranco y yo. Pero al salir de casa aquel día, se lo expliqué todo a mi esposa, y para mi sorpresa, me ofreció ayuda.
“Me sentí comprendido, no era un hijo de puta, yo estaba enfermo, nada más”
Mi proceso de recuperación ha sido lento, he tenido recaídas.
Esta locura se debía a una enfermedad mental. Encuentro el camino, y la obsesión se termina. Empiezo a comprender muchas cosas. Dejé de ser aquel niño pequeño con necesidad de recibir recompensas por todo y a todas horas, eso se mitiga y alcanzo la madurez.
Divorciado dos veces, hoy tiene pareja. Se conforma con la alegría de no beber, de estar contento consigo mismo, de tener pareja, de no hacer sufrir a las personas que lo rodean.
“Ahora estoy viviendo, antes no”
Aplacó el sufrimiento, la obsesión y el calvario. Ya no es un borracho en activo.
La culpa no la tenían los demás. Cuando dejas de beber, empieza la culpa sana, que me hace tener conciencia de todo lo que he hecho. No quiero cometer los mismos errores. Aspiro a no beber solo por hoy, un día más, solo veinticuatro horas.
“Que mi mensaje llegue a quien lo pueda utilizar bien”
José Manuel, reconoce que dudó si llegar o no a la cita ¿Por qué una extraña quiere conocer mi historia? Admite su miedo. Al final considera que le puede ser útil, tanto a él como a los demás.
Cuando era un borracho activo tenía esposa, trabajo y dinero en el banco. Hoy no tengo pareja, mi taller es una ruina y se me estropeó el frigorífico esta mañana, no tengo dinero para comprar otro.
¿Por qué lo dices tan feliz?
“Porque ahora yo soy yo, y sigo vivo. Antes era solo un zombi”
Yo no apreciaba nada, no me conformaba nada. Hoy sí. Aprecio este momento. Esa es la diferencia.
Estuve tocando fondo muchos años, hice barbaridades. Gastaba todo el dinero, siempre estaba borracho. No me quería, no me aceptaba a mí mismo.
“Se trata de aprender a quererse”
Salía a la calle para tomar más alcohol y más cocaína. Eso no era vivir.
Mi único pensamiento era conducir sin mirar las consecuencias, no me importaba tener un posible accidente.
Hoy sigo con problemas, pero también con esperanzas. Siento que tengo un regalo, y es estar vivo.
Mi problema no era el alcohol, era que no sabía vivir, ni tampoco querer.
Sigue aprendiendo, cada día más, acompañado de amigos.
¡Qué fraternidad! Les tengo envidia. Nunca caminan solos. Participan, comparten. En ellos se refleja que el ser humano es extraordinario. Son personas distintas, con diferentes colores espirituales, sensibles e interesados por el otro.
José Manuel mira la pantalla de su móvil, tiene un mensaje. Julia quiere tomar café con él por la tarde. Sus ojos se iluminan, la esperanza lo llama de nuevo. El dragón blanco de su mesita de noche sigue ganando, cada día tiene más poder.
Por Paula Linero
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