A LOS MAGNÍFICOS
Dedicado a la gente magnífica y
excelente que me soporta a diario. Son muchos, cada cual más valioso y
especial. Entre ellos encontramos a mi familia, que les obligo a escucharme
cuando llego excitada de la facultad, o del trabajo, o de la calle, o de una
visita familiar, o de una entrevista a alguien que convencí para que atendiese
mi curiosidad. Siempre comunicando, no sé parar el diálogo interior, lo intento
pero no puedo, me resisto, no quiero. Mi pensamiento solo descansa cuando
duermo y creo que no sueño. Pienso en voz alta teorías que cruzo con alguna
vivencia cercana. Mi familia conoce de mi periplo periodístico reciente, tiene la paciencia de contemplar que siento y
vivo dándoles la lata con multitud de detalles insignificantes, que para mí son
acontecimientos de lo más importante.
Conversaciones de niños que escucho en la calle, gestos que
aprecio en las personas mientras aguardo impaciente el turno en la panadería,
andares urbanos suntuosos que intentan no desvanecerse ante la inseguridad,
animales curiosos que pasean con sus compañeros, no dueños, porque no sé
separar quién es más amo de quién, árboles presumidos que no han sido podados, y que están tristes en las avenidas
porque el peso de sus ramas afean su estética, coches que circulan acelerados
sin esperar al peatón que cruza por el paso de peatones ,y éste, aprieta el
movimiento como si un ogro le persiguiera. Mayores bellos que están sentados en
los bancos de los parques, no hay nada tan divertido como observarlos para
reconocer el carácter duro o tierno de su personalidad.
Imaginar historias decadentes, indecentes,
deplorables, o graciosas, admirables e idílicas es lo más estimulante que
conozco. No hay cosa que lo supere. Ni
leer un libro, ni ver la televisión, ni oír la radio, ni asistir a un
espectáculo, ni conducir, ni bailar, ni nadar, nada, ninguna afición es
superable al ahogo adictivo placentero que me produce imaginar historias en los
otros.
Esta adicción la padece
principalmente la persona que comparte conmigo la cama, mi esposo. Él es
prudente, callado, quieto, paciente, sutil, medido, y yo no. Cualidades que
agradezco porque me suavizan el ahogo. Siempre me presta sus orejas, quieran o
no quieran ellas ser penetradas con mis articulaciones vocales. Gracias siempre por hacerme sentir
especial.
Mis hijas son el recipiente donde
vuelco imaginaciones locas y divertidas,
son confidentes de mis sueños, de lo deseable pero costosamente alcanzable, de
mis quehaceres ignorantes en esta profesión que empiezo que es la de ser periodista,
que me atrapa y no me suelta. Gracias
siempre por hacerme sentir importante.
Mis padres son excelentes
progenitores y como tales, no quieren verme en este estado embriagador con
estas ensoñaciones que me procuro a todas horas. Miran a una hija que
desconocen, quieren entenderla, pero no pueden. Gracias siempre, por intentarlo.
Amigos y compañeros de trabajo
que aceptan mi condición de mujer aprendiz de todo, que me preguntan cómo
estoy, que me sonríen cuando camino cabizbaja, que me hacen reír cuando dudo de si podré hacer algo que
anhelo, que me hacen crecer día a día con sus acciones . Gracias a todos por el afecto personal, puro y desinteresado que
compartís conmigo.
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