A Antonio Machado, hace ahora 75 años, se le
rompía el pecho una tarde de febrero en la habitación del hotel
Bougnol-Quintana, adonde había llegado, huyendo del último asedio a Barcelona
con su madre, Ana Ruiz, su hermano José y su cuñada. El cuerpo del poeta de Soledades y Campos
de Castilla fue depositado en
la misma cama que su madre. Doña Ana llevaba en coma varios días. Agonizó su
corazón durante setenta y dos horas, falleciendo el 22. Tres días más tarde,
moría su madre. Enterrado con la bandera republicana, envuelto por sus
principios y su defensa de un régimen justo para la fraccionada España de
entonces, madre e hijo reposan juntos en
el cementerio de la pequeña localidad
francesa.
En su
piel: Híspalis, Baeza, Soria, Segovia, Madrid, Leonor. En el bolsillo, el “ser
o no ser” de Hamlet, una de sus canciones a Guiomar (el pseudónimo de la
segunda mujer que amó, la poeta y aristócrata Pilar de Valderrama) y un verso
inconcluso: “Estos días azules y este sol de infancia…”. Pocos días antes, Ana
Ruiz, asida al brazo de su hijo, perdida en tierras que le eran extrañas, le
preguntó a Antonio: “Hijo, ¿cuándo llegamos a Sevilla?”.
Precisamente,
ese último verso del poeta presidió, junto a su retrato, el homenaje que el
Ateneo madrileño le brindó a Machado el pasado viernes, con la presencia de su
familia y de importantes nombres de la Literatura llegados de toda España. En
el acto, presentado por Miguel Losada, se oyeron las voces de poetas
contemporáneos que revivieron los ecos machadianos, tejiendo un corpus que
permitió a los más de 400 asistentes formarse una idea perfecta de la personalidad
del sevillano. Recitaron Javier Lostalé, Juan Carlos Mestre, Balbina Prior,
Ángel Guinda, Antonio Daganzo, Ramón Hernández, Jesús Urceloy, Beatriz Russo o
Alberto Infante antes de que un espléndido José Sacristán declamara Caminante y el famoso Retrato o memorias versificadas de Machado.
Fue entonces cuando el Ateneo enmudeció y el poeta se hizo presente,
radiografía de un hombre “esencialmente bueno”; amante de una España que ya no
reconocía; Quijote y Sancho; deudor de la poesía yerma de Castilla y de las
texturas azules del Sur.
Verbo
presente el de un patriota que criticó la indolencia y el silencio cómodo
inherentes a una idiosincrasia y a una forma de vida que no ahonda en las
virtudes de un país sino en sus defectos. La España cateta, falta de educación,
llena de petulantes, sabihondos y funcionarios sin oficio pero con beneficio.
La España ajena a su propia espiritualidad, la de las envidias que la llevaron
a una guerra fratricida, donde los petimetres alcanzaban los puestos destinados
a los sabios, donde los sabios eran pasto del silencio, el fusilamiento o el
exilio. Una España que Machado retrató como nadie en su poética, un país al que
amaba y al que conocía bien. Y como todo lo que se adora, también tenía la
claridad del humanista que es capaz de ejercer sobre el objeto de su amor una
crítica constructiva. Educación, educación, educación pedía este hijo de la
Institución Libre de Enseñanza.
Un
discurso trasladable a esta España donde el humanismo sigue siendo pisoteado
por la vulgaridad y la fantochería, la adulación y el insobornable apego al
sofá de unos cuantos ante las fechorías de gobernantes y conciudadanos. Como
destacó Miguel Losada, la lectura de Machado está hoy de plena vigencia, más
necesaria que nunca, más dispuesta, incluso, a despertar conciencias dormidas
por un país siempre objeto de crítica pero nunca de regeneración.
Procedentes
de los Archivos de la Cinemateca Rusa, Machado, César Vallejo, José Bergamín,
André Malraux o Gerda Taro se hicieron presentes en la sala mediante un documental
en el que intelectuales del año 37, comprometidos con la causa republicana, se
reunían en Valencia para celebrar el Congreso de Intelectuales Antifascistas.
No sólo
los versos de Machado caminan del brazo de la inmortalidad. Por ella, también
lucha la familia del poeta. Su sobrino nieto, Manuel Álvarez Machado, explicó
la labor de recopilación que han llevado a cabo sus descendientes logrando
reunir 3.600 manuscritos de los hermanos Machado. También se presentó una nueva
edición de Soledades, galerías
y otros poemas, bellísima reproducción de Ediciones Machadianas, un sello
de la familia del poeta.
El
poema leído por Leonor Machado, sobrina de Machado, en honor de la mujer de don
Antonio, fallecida a los 17 años, depositó un halo de tristeza sobre la sala.
Inevitable que volviera a la memoria la Ermita de Santa María del Mirón y el
paseo tan cercano al Duero, por donde el poeta paseaba a su esposa, enferma de
tuberculosis. Soria quedó en la memoria de Machado como el lugar donde la
felicidad fue posible, apenas tres años, de la mano de una niña-mujer que la
vida le quitó tras un viaje a París.
Pero
por encima de esa pátina melancólica que siempre acompañó al poeta, lo
resaltable de los homenajes que se están celebrando en su honor, en Colliure y
en tantos lugares de la geografía española, es la actualidad de su mensaje.
Recorrer la patria a través de sus versos es una forma de conocer la
extraordinaria diversidad del país en que vivimos, imbuirse de su geografía
humana a través de sus escritos es indagar en las virtudes y defectos de un
imaginario colectivo que tiene pendiente una buena dosis de autocrítica consigo
mismo. Ojalá que no, como rezaba El
mañana efímero del poeta, “el
vano ayer engendre un mañana vacío y ¡por ventura! pasajero/una España implacable
y redentora/España que alborea/con un hacha en la mano vengadora/España de la
rabia y de la idea”. Ojalá que la visión cristalina del hombre sabio y su
“manantial sereno” no sólo sirvan para loar una mente privilegiada, para llorar
la pérdida de un intelectual en el ominoso exilio. Que sirva para reflexionar y
para alzar voces, para desnudar la leyenda
negra del país de la
pandereta. Que sirva para regenerar a un país que viva, falseando el verso
machadiano, “en paz con los hombres y en paz con sus entrañas”.
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