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TITANIC HABLÓ ESPAÑOL CON VÍCTOR Y PEPITA
(Relato basado en datos reales)
Caballero
español de exquisita elegancia y educación, murió como un valiente el 15 de
abril de 1912. Su esposa y sirvienta se salvaron al montarse en el bote número
8.
Viaje
inolvidable, más de diecisiete meses de luna de miel recorriendo Europa, pues
eran
inmensamente ricos. El casino de Montecarlo, la Ópera de Viena, el Gran
Hotel de Biarritz, el Covent Garden, en Londres y el Maxim’s en París. Pero
fijaron su atención en una publicidad sobre un nuevo transatlántico que iba a zarpar
de Southampton a New York. Era una maravilla, el más rápido y seguro, según se
decía. El colofón perfecto para su luna de miel. Estaban tan enamorados.
Chocó
contra un iceberg y, en cuestión de tres horas, se hundió en el Atlántico dando
lugar a la tragedia del siglo. Perecieron 1.518 de los 2.222 pasajeros que
viajaban a bordo del “insumergible” buque.
Alguien
llamó a la puerta de la habitación, gritó: “¡Salgan, hay peligro!”. Extrañados,
salieron al pasillo, no daban crédito a lo que veían, la gente corría, lloraba,
saltaban entre los caídos, se pisaban sin piedad. Víctor agarró la mano a su
esposa Pepita, y ésta cogió del brazo a Fermina, su dama de compañía. Entre el
gentío, llegaron a la terraza de la cubierta, a duras pena veían la formación que
nombraban para montarse en los botes salvavidas, tenían prioridad pues eran
pasajeros de primera clase. Víctor miraba a su alrededor, tenía 24 años y ella
22, pero era maduro y decidido como ningún chico de su edad. Atisbó, a lo
lejos, a una mujer que abrazaba desesperaba
a su bebé. No lo pensó dos veces, fue a por ella.
Pepita
no entendía por qué Víctor la dejaba, iban a montar en el bote, estarían a
salvo, ya les indicaron el sitio que debían de ocupar. Fermina y ella estaban
sentadas, asustadas, hacía mucho frío, el aliento se congelaba al expirar el
aire de los pulmones. Tenían pocos segundos para esperar. Llegó, acompañaba a
la madre con su bebé, la ayudó a situarse en su asiento, y miró a Pepita. La
mirada se mantuvo unos instantes, todo quedó dicho. Dolía. Era una despedida
dramática.
Víctor,
el enamorado, no le dijo a su esposa que pronto se verían, ni que estuviese
tranquila, ni que todo se iba a arreglar. Le deseó suerte, con todo el cariño
del mundo. Cogió su mano, y la besó profundamente. Sus labios acariciaban una
piel fría y temblorosa.
¡Que
tengas mucha suerte Pepita!
No
se vieron nunca más.
El
cuerpo de Víctor, tras el fatal suceso, desapareció,
jamás fue hallado.
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