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Rúcula comprada en el mercadillo ecológico |
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Compañeros de Canal Sur grabando al médico ecologista |
Era sábado por la mañana, 14 de abril
de 2012, cuando tenía programado ir al Edificio Cajasol Centro Cultural
en la calle Laraña 4, para fotografiar muebles que pondrían a la venta
del Hotel Alfonso XIII. Dejé el coche aparcado cerca de la Facultad de
Deontología, el vovi que nos ayudó a buscar sitio rellenaba una
quiniela, le deseé suerte. Él sonrió, y a continuación intentó abrir
las puertas de mi coche, para verificar que lo cerré bien, agradecí el
gesto. Mi esposo lo desaprobó, me dijo alto y claro: "Este no me gusta"
a lo que yo reí, ya empezaba con sus frases pesimistas.
Cruzando
por Alameda de Hércules, aproveché y compré algunas verduras en el
mercadillo ecológico como rúcula, ajos y pimientos y queso blanco en
aceite con pétalos de rosa. Comimos varios pasteles y observé que
compañeros de Canal Sur grababan a un señor que vendía algo en un
puesto, sí, era médico, ecologista y bastante atractivo.
Salimos satisfechos, pues habíamos comprado varios pasteles ecológicos
y los comimos observando el mercadillo y su gente. Empezó a chispear,
así que decidimos aligerar el paso y dirigirnos hacia la calle Laraña,
atajamos por la calle Amor de Dios.
Llegando al edificio, fotografié la fachada y al entrar me llamó la atención la gigantesca figura de El Giraldillo. Cervantes definió El Giraldillo como “Aquella giganta de Sevilla, tan valiente y fuerte como hecha de bronce”. El Giraldillo es la escultura en bronce más importante del renacimiento y representa una mujer con túnica, una palma en una mano y un escudo guerrero en otra, posiblemente inspirada en Palas. La estatua mide más de 3,5 metros y pesa 128 kilos, hace las veces de veleta y representa la fé, el triunfo del cristianismo sobre el mundo musulmán. Esta copia era más alta, imponía a la entrada.
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Edificio Cajasol en Sevilla |
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El Giraldillo ante mi mirada, me saludaba a la entrada |
Fotografié algunos muebles del Hotel Alfonso XIII. Se podían adquirir desde quince euros (papelera con anagrama del hotel) hasta lámparas por treinta euros, o lo más caro que eran sofás de tres plazas al destilo alfonsino. Olían a usado, a viejo, algunos estaban casi sucios de tanto uso, para la clientela que se hospedó durante la estancia allí, se podían imaginar algunas historias sobre ellos. Pero lo mejor estaba por llegar, quise fotografiar las famosas setas en la Plaza de la Encarnación, y allí estaban para mi. Empezó a llover, pero no me rendí, fui a verlas. Descubrí a una pareja de recién casados, se fotografiaban, ajenos a mi cámara, aunque me acerqué bastante, también inmortalicé el momento.
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Plaza de la Encarnación en Sevilla |
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Subiendo por las escaleras veo a la pareja |
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Matrimonio reciente inmortalizado para siempre. Feliz día |
Ya volvíamos para la Avenida Torneo, a buscar el coche en el aparcamiento. Cruzamos de nuevo por el mercadillo, pero antes, mi esposo me alertó de que un famoso estaba desayunando en un bar de la Alameda, miré, no podía creerlo, era el actor
Mariano Peña al que todos conocemos por ser el que da vida a Mauricio Colmenero de Aída. Me acerqué y le pedí hacernos un foto, no lo dudó, se levantó con cuidado, me dijo que se acababa de operar de la cadera, me dió dos besos y me rodeó por la cintura, cerca, muy cerca. Olía muy bien y estaba tan excelentemente afeitado que su cutis era suave como el de una mujer. Agradecí la fotografía, desayunaba con dos amigos y yo los había interrumpido. Que te recuperes pronto le dije, sonreía y me despedía con la mano.
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Mariano Peña y yo en la terraza de un bar en la Plaza de la Alameda |
Yo íba entusiasmada caminando, revisaba las fotografías tomadas, me encantaban, pero tenía reseca la garganta, le pedí a mi esposo que nos tomásemos algo en una taberna de Torneo, él, también cansado y seco, accedió. Al entrar, mientras él pedía unas tapas y unas cervezas, yo limpiaba una mesa pequeña, tenía platos vacíos y vasos con poco líquido, alguien también entró con la garganta seca, como nosotros, y de pronto, escucho una voz femenina a mi espalda que me dice: "¡Hola! ¿Qué haces aquí?". Me giro, la miro y la reconozco, era Rocío Colorado, compañera de trabajo, estaba con unas amigas, sus ojos brillaban alegres, le presenté a mi esposo, no lo conocía. Ella nos alertó de que había una pareja maleducada, morreándose allí delante, con todo el barullo. Y lo que sucedió, para el local se queda.
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