domingo, 11 de agosto de 2013

Un lugar elíseo






La arena es blanca y fina, suave y caliente. El sol es asfixiante pero no ahoga. La brisa es templada, relaja y alienta el cuerpo. El cuerpo contempla el lugar.



Frente a Tánger la vista es increíble, el mar está juguetón, fresco y claro. A la derecha veo dunas de arena y montañas, los árboles son frondosos y muy verdes, invitan a descubrir el olor embriagador del aroma de su follaje. A la izquierda sigue la playa, el camino de la orilla se pierde entre los picos de loro, que son las rocas incrustadas en el mar. Detrás, toda la historia que unas ruinas de Bolonia pueden proporcionar, gente atunera que vivía tranquila y en paz, tal como miro yo ahora el mar. Frente a él, inspiro profundamente porque quiero retener este instante para mantenerlo conmigo el resto de días que no vendré, que no lo veré, que no percibiré sus olores, pero que sin embargo me aportará este lugar más de lo que imagina. No es un simple día de playa.



Se levanta, recoge y marcha. Va preñada de felicidad. Conduce satisfecha y plena.

 


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