Un lugar elíseo
La
arena es blanca y fina, suave y caliente. El sol es asfixiante pero no ahoga.
La brisa es templada, relaja y alienta el cuerpo. El cuerpo contempla el lugar.
Frente
a Tánger la vista es increíble, el mar está juguetón, fresco y claro. A la
derecha veo dunas de arena y montañas, los árboles son frondosos y muy verdes,
invitan a descubrir el olor embriagador del aroma de su follaje. A la izquierda
sigue la playa, el camino de la orilla se pierde entre los picos de loro, que
son las rocas incrustadas en el mar. Detrás, toda la historia que unas ruinas
de Bolonia pueden proporcionar, gente atunera que vivía tranquila y en paz, tal
como miro yo ahora el mar. Frente a él, inspiro profundamente porque quiero retener
este instante para mantenerlo conmigo el resto de días que no vendré, que no lo
veré, que no percibiré sus olores, pero que sin embargo me aportará este lugar
más de lo que imagina. No es un simple día de playa.
Se
levanta, recoge y marcha. Va preñada de felicidad. Conduce satisfecha y plena.
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