martes, 4 de marzo de 2014

Homenaje a Antonio Machado 75 aniversario de su muerte


A Antonio Machado, hace ahora 75 años, se le rompía el pecho una tarde de febrero en la habitación del hotel Bougnol-Quintana, adonde había llegado, huyendo del último asedio a Barcelona con su madre, Ana Ruiz, su hermano José y su cuñada. El cuerpo del poeta de Soledades y Campos de Castilla fue depositado en la misma cama que su madre. Doña Ana llevaba en coma varios días. Agonizó su corazón durante setenta y dos horas, falleciendo el 22. Tres días más tarde, moría su madre. Enterrado con la bandera republicana, envuelto por sus principios y su defensa de un régimen justo para la fraccionada España de entonces, madre e hijo reposan juntos en
el cementerio de la pequeña localidad francesa.
En su piel: Híspalis, Baeza, Soria, Segovia, Madrid, Leonor. En el bolsillo, el “ser o no ser” de Hamlet, una de sus canciones a Guiomar (el pseudónimo de la segunda mujer que amó, la poeta y aristócrata Pilar de Valderrama) y un verso inconcluso: “Estos días azules y este sol de infancia…”. Pocos días antes, Ana Ruiz, asida al brazo de su hijo, perdida en tierras que le eran extrañas, le preguntó a Antonio: “Hijo, ¿cuándo llegamos a Sevilla?”.
Precisamente, ese último verso del poeta presidió, junto a su retrato, el homenaje que el Ateneo madrileño le brindó a Machado el pasado viernes, con la presencia de su familia y de importantes nombres de la Literatura llegados de toda España. En el acto, presentado por Miguel Losada, se oyeron las voces de poetas contemporáneos que revivieron los ecos machadianos, tejiendo un corpus que permitió a los más de 400 asistentes formarse una idea perfecta de la personalidad del sevillano. Recitaron Javier Lostalé, Juan Carlos Mestre, Balbina Prior, Ángel Guinda, Antonio Daganzo, Ramón Hernández, Jesús Urceloy, Beatriz Russo o Alberto Infante antes de que un espléndido José Sacristán declamara Caminante y el famoso Retrato o memorias versificadas de Machado. Fue entonces cuando el Ateneo enmudeció y el poeta se hizo presente, radiografía de un hombre “esencialmente bueno”; amante de una España que ya no reconocía; Quijote y Sancho; deudor de la poesía yerma de Castilla y de las texturas azules del Sur.
Verbo presente el de un patriota que criticó la indolencia y el silencio cómodo inherentes a una idiosincrasia y a una forma de vida que no ahonda en las virtudes de un país sino en sus defectos. La España cateta, falta de educación, llena de petulantes, sabihondos y funcionarios sin oficio pero con beneficio. La España ajena a su propia espiritualidad, la de las envidias que la llevaron a una guerra fratricida, donde los petimetres alcanzaban los puestos destinados a los sabios, donde los sabios eran pasto del silencio, el fusilamiento o el exilio. Una España que Machado retrató como nadie en su poética, un país al que amaba y al que conocía bien. Y como todo lo que se adora, también tenía la claridad del humanista que es capaz de ejercer sobre el objeto de su amor una crítica constructiva. Educación, educación, educación pedía este hijo de la Institución Libre de Enseñanza.
Un discurso trasladable a esta España donde el humanismo sigue siendo pisoteado por la vulgaridad y la fantochería, la adulación y el insobornable apego al sofá de unos cuantos ante las fechorías de gobernantes y conciudadanos. Como destacó Miguel Losada, la lectura de Machado está hoy de plena vigencia, más necesaria que nunca, más dispuesta, incluso, a despertar conciencias dormidas por un país siempre objeto de crítica pero nunca de regeneración.
Procedentes de los Archivos de la Cinemateca Rusa, Machado, César Vallejo, José Bergamín, André Malraux o Gerda Taro se hicieron presentes en la sala mediante un documental en el que intelectuales del año 37, comprometidos con la causa republicana, se reunían en Valencia para celebrar el Congreso de Intelectuales Antifascistas.
No sólo los versos de Machado caminan del brazo de la inmortalidad. Por ella, también lucha la familia del poeta. Su sobrino nieto, Manuel Álvarez Machado, explicó la labor de recopilación que han llevado a cabo sus descendientes logrando reunir 3.600 manuscritos de los hermanos Machado. También se presentó una nueva edición de Soledades, galerías y otros poemas, bellísima reproducción de Ediciones Machadianas, un sello de la familia del poeta.
El poema leído por Leonor Machado, sobrina de Machado, en honor de la mujer de don Antonio, fallecida a los 17 años, depositó un halo de tristeza sobre la sala. Inevitable que volviera a la memoria la Ermita de Santa María del Mirón y el paseo tan cercano al Duero, por donde el poeta paseaba a su esposa, enferma de tuberculosis. Soria quedó en la memoria de Machado como el lugar donde la felicidad fue posible, apenas tres años, de la mano de una niña-mujer que la vida le quitó tras un viaje a París.
Pero por encima de esa pátina melancólica que siempre acompañó al poeta, lo resaltable de los homenajes que se están celebrando en su honor, en Colliure y en tantos lugares de la geografía española, es la actualidad de su mensaje. Recorrer la patria a través de sus versos es una forma de conocer la extraordinaria diversidad del país en que vivimos, imbuirse de su geografía humana a través de sus escritos es indagar en las virtudes y defectos de un imaginario colectivo que tiene pendiente una buena dosis de autocrítica consigo mismo. Ojalá que no, como rezaba El mañana efímero del poeta, “el vano ayer engendre un mañana vacío y ¡por ventura! pasajero/una España implacable y redentora/España que alborea/con un hacha en la mano vengadora/España de la rabia y de la idea”. Ojalá que la visión cristalina del hombre sabio y su “manantial sereno” no sólo sirvan para loar una mente privilegiada, para llorar la pérdida de un intelectual en el ominoso exilio. Que sirva para reflexionar y para alzar voces, para desnudar la leyenda negra del país de la pandereta. Que sirva para regenerar a un país que viva, falseando el verso machadiano, “en paz con los hombres y en paz con sus entrañas”.

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